Vivir cerca de la montaña hace que todo lo que tienes alrededor se disfrute de forma distinta. El contacto con la naturaleza se hace más estrecho y fuerte, y si tú quieres te dejará ser parte de ella, solo tienes que dejarte llevar y ver con otros ojos lo que tienes delante de ti.
Las mañanas despiertan menos calurosas, la lluvia empieza a humedecer la tierra seca, el viento refresca el aire y los árboles empiezan a desnudarse, ofreciendo antes un mundo de colores rojizos y ocres para presentarnos el inconfundible otoño. Es entonces cuando los bosques ofrecen su mayor belleza.
El amanecer empieza a presentar un sol tímido, apenas se puede sentir el calor de sus rayos durante el día. La montaña se descubre majestuosa con su manto blanco y el frío hace que la vida allí casi se paralice. En las llanuras los árboles ofrecen sus ramas desnudas, las nubes bajan a cubrirlas haciendo un paisaje misterioso, encantado, mientras la humedad cala hasta los huesos.
Las nubes negras empiezan a rendirse dejando paso a un cielo azul distinto, claro y limpio. Los arroyos bajan las montañas repletos de agua y vida. Las flores tienen prisa por salir, bañarse de luz, ponerse sus mejores galas y ofrecer un paisaje lleno de color.
El paisaje se vuelve pajizo, el olor en los bosques de pinos y abetos invitar a respirar profundo mientras intentas encontrar algún rincón donde el frescor del agua sofoque el calor y el aire se vuelva menos denso.
Siempre aguardamos con ganas una nueva estación, como esperando que a nuestro alrededor también lleguen nuestros deseos renovados. Al igual que con el cambio de año, todas nuestras ilusiones se repiten y eso es lo que nos mantiene vivos.
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