miércoles, 15 de mayo de 2013

El cambio que se repite.

Vivir cerca de la montaña hace que todo lo que tienes alrededor se disfrute de forma distinta. El contacto con la naturaleza se hace más estrecho y fuerte, y si tú quieres te dejará ser parte de ella, solo tienes que dejarte llevar y ver con otros ojos lo que tienes delante de ti.





Las mañanas despiertan menos calurosas, la lluvia empieza a humedecer la tierra seca, el viento refresca el aire y los árboles empiezan a desnudarse, ofreciendo antes un mundo de colores rojizos y ocres para presentarnos el inconfundible otoño. Es entonces cuando los bosques ofrecen su mayor belleza.






El amanecer empieza a presentar un sol tímido, apenas se puede sentir el calor de sus rayos durante el día. La montaña se descubre majestuosa con su manto blanco y el frío hace que la vida allí casi se paralice. En las llanuras los árboles ofrecen sus ramas desnudas, las nubes bajan a cubrirlas haciendo un paisaje misterioso, encantado, mientras la humedad cala hasta los huesos.









Las nubes negras empiezan a rendirse dejando paso a un cielo azul distinto, claro y limpio. Los arroyos bajan las montañas repletos de agua y vida. Las flores tienen prisa por salir, bañarse de luz, ponerse sus mejores galas y ofrecer un paisaje lleno de color.








El paisaje se vuelve pajizo, el olor en los bosques de pinos y abetos invitar a respirar profundo mientras intentas encontrar algún rincón donde el frescor del agua sofoque el calor y el aire se vuelva menos denso.





Siempre aguardamos con ganas una nueva estación, como esperando que a nuestro alrededor también lleguen nuestros deseos renovados. Al igual que con el cambio de año, todas nuestras ilusiones se repiten y eso es lo que nos mantiene vivos.

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